- Es solo basura, vas a
llorar por un pedazo de bolsa?; - le decía una madre a su infante, no mayor de
los tres años seguramente, lo cierto es que era desconcertante verlo llorar de
una manera tan doliente porque le arrebataron y arrojaron la bolsa, la de las
frituras de queso, las que había comido no hace mucho. Y entonces aquel niño se
aferraba con sus pequeñas manos sudadas, aceitosas por causa del interior de la
basura, la bolsa; no se desprendía de la ventana, el vehículo continuaba
rodando y él, envuelto en llanto, sollozando, sus lágrimas ahogaban sus cuencas
y muy estrepitosa su nariz, más por la congestión de tanto llanto, no había
consuelo, la madre tenía más interés en escuchar a su compañera de asiento y saber
por qué Nathalia de pronto quería matrimonio, - eso es una barriga, para que nadie
hable de la niña de la casa que termina el bachillerato y le dieron diploma “honorífico”
- y entonces fue cuando sus sarcásticas risas opacaron por segundos el llanto
de aquel niño, que continuaba siendo ignorado y fue entonces que yo, como el
espectador un puesto más atrás me preguntaba, ¿ella no hará nada por callarlo?,
pero su lastimero no cesaba y más que esperar por lo que se consideraba obvio quise
intentar entender al muchacho de tres años, para él, fuera la razón que
tuviera, la bolsa del pepito tenía un gran significado, tal vez lo asocia con
un momento especial de compartir y afianzar lazos con su madre, o simplemente
deseaba estrujar la bolsa una y otra vez, quien puede saberlo, hace mucho que
no tengo tres años.
Vaya que me ha dado una gran
lección aquella escena, la tragedia es relativa, como todo lo demás en nuestras
vidas, sujeto de condiciones y circunstancias particulares. Para el tema de
conversación de aquellas adultas, Nathalia vivía su propia tragedia de ser
madre en plena adolescencia, en cambio el pequeño tiene que lidiar con la
tragedia de perder la bolsa, la que su madre a regañadientes le decía que era
solo basura. Estoy seguro que para el niño representaba tesoro, de no ser así
no insistiría con tanto llanto, seguido en mis notas mentales me apresuré a
argumentar, debe ser apego, leí sobre ello en la Universidad y las diferentes
etapas del desarrollo del ser humano, pero;
¿por qué ha de originarse?.
Seguíamos
rodando por la carretera en aquel vehículo, no pude enterarme más sobre las
hipótesis planteadas por la madre y su acompañante de asiento respecto al
repentino matrimonio de la adolescente, en cambio prefería oír a Norah y la
pista proyectándose entre mis auriculares “the
long day is over” y vaya que había sido un día muy largo en lo que solo
esperas llegar a casa, comer algo y que el cielo rompa en llanto para conciliar
el sueño en estrépito, ése pensamiento me sacudió el letargo descanso mental
que me obsequiaba, ¿y el llanto del niño? de inmediato me llevó a buscar a quien
momentos antes insistía a rabietas en recuperar lo perdido. A la ventana ya no estaba
como escena de trágico film, en cambio, en los brazos de la madre estaba
entretenido con un llavero, eran como tres llaves, un destapador con la foto
del hijo y una letra grande, intuí que sería del infante, pues tenía cara de
llamarse por "J”, no pude observar más ya que lo menos que quería era que
las dos mujeres se sintieran incomodadas al preocuparme por los problemas del
niño, bueno, la curiosidad es de todos, o ¿no?. El tema de conversación sobre
Nathalia llegó a su fin, la acompañante de la madre advierte al conductor que
se baja del vehículo en la siguiente parada, al mismo tiempo que nuevos
pasajeros abordaban la unidad de transporte, una sexagenaria, bastante excéntrica
con un vestido de flores enormes, un cinturón de un rojo peculiar y prominente
y además con un sombrero de paja, (poco común en las abuelas de mi entorno), y
no es que tenga, de hecho solo conocí una sola. La señora dirigió su atención
hacia el puesto vacío al lado de la madre, -es un angelito, mírenlo tan tierno
y quietecito; sin duda que no tiene idea del histrionismo dramático del chico,
debió presenciarlo…
Su
extrema quietud a mí me generó inquietud, ¿dónde quedó aquel sufrimiento por la
pérdida de lo tan anhelado? Llorar por una bolsa de pepitos, que apego tan
sencillo de superar, pues él ya había conseguido reemplazarlo por el llavero,
muy entretenido estaba, ¿qué ocurrirá si la madre se lo arrebata?, se repetirá
la escena pero con la fijación en otro elemento?, solo se sabrá si la madre
procede antes de abandonar el vehículo, si no es que yo deba quedarme antes. De
inmediato me percaté que recibía otra lección, el apego existe pero debe ser momentáneo,
dura lo que deba durar, sin darle mayor preocupación. Él perdió su bolsa de
pepito y ya nada podía hacer para recuperarlo, aunque fuera consciente de la
situación en el vehículo no habría una venta de pepitos, así que no lo llora
más, ahora las llaves son su entretenimiento. No supe que habrá pasado con la
madre y el hijo, si éste lloró cuando le arrebataron las llaves o no, tuve que
dejar el transporte antes que ellos…
Ya
ha pasado mucho tiempo desde que no protagonizas a mi lado y el dolor se ha
ido, ha cesado. Conseguí depurar tanto que a ti me retornaba en memorias,
conseguí reorganizar los recuerdos y engavetar los que eran muy prominentes,
los que eran contigo, simplemente comencé a verte como la bolsa que perdía
aquel niño por la ventana, te fuiste y no hay una venta de personas como tú
para reemplazarte, aunque la hubiera, no lo haría. El apego debe durar lo
necesario, es por ello que en mis líneas ya no ocupas espacio y vas careciendo de
crédito. En lo posible suprimo tu paso en mi historia porque esas esquirlas que
dejaste con raíces, de vez en cuando las podo y así los días demasiado largos
terminan amenos.